Decir que me dolió la ruptura no es nada. Por qué sentía que me quemaba el alma, las lágrimas me ardían mientras escurrían por mis mejillas, el corazón parecía ya no querer seguir en mi cuerpo, no sin ti cerca. No te voy a contar que fui valiente, porque no es cierto. Te espere cada día sentada en aquella sala blanca, abría los ojos por la mañana con la ilusión de tener un buenos días escrito en un mensaje, estuve cerca tantas veces de llegar a tu trabajo, de decir lo arrepentida que estaba por haber terminado la relación, de pedir perdón, de rogarte si fuese necesario, de llenar de nuevo el carro con post-it donde cada uno te contará sobre cuánto te amaba. Pero, no. Me dedique a tomar fuerzas, a levantarme de esa cama, a aprender a leer por última vez las cartas que te escribí y guarde bien adentrito de mi alma cada letra. Comencé a tomar cada mariposa sobre mis dedos y empecé a sanarle las alas lastimadas, para luego reacomodarlas dentro de mí. Aprendí de la magia que me ofrece un pintalabios rojo, encontré la seguridad que había perdido en algún rincón, y me di cuenta de las doscientas oportunidades que tenía para ser feliz, supe comenzar a verte sin dolor, sin lágrimas, sin pesares, pero sí como recuerdo, enseñanza, gratitud, pero sobre todo, como aquello que no quiero volver a tener en mi vida.
Raquel Mármol Huerta de Alprecht
Madre, abuela, esposa no timorata, idealista confesa, vino y café, bosquejo de escritora, creo que los poetas estamos eximidos del infierno ya pagamos nuestra dosis de tortura esta vida